600K: Ruta de dolor y voluntad
- cncarvaj
- 26 abr
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 28 abr
Brevet 600 km "Vuelta a Caimanes" (17/abril/2025)
La ladera norte del Cerro San Cristóbal, la entrada “Zapadores”, recibió a unos 130 ciclistas en este viernes santo, poco antes de las 9:00 AM. Allí comenzaba uno de los desafíos más duros del calendario ciclista: 600 kilómetros con unos 7.500 metros de altimetría acumulada. Una ruta desafiante que prometía mucho cansancio, más que lo usual, pero más que eso, una experiencia desconocida para mi hasta entonces.
La ruta nos llevaría hacia el norte, atravesando el interior cordillerano hasta llegar, por primera vez, a la Región de Coquimbo. En el kilómetro 276 de la ruta nos recibiría el pueblo de Caimanes, punto de inflexión desde donde comenzaríamos el retorno por la costa: Papudo, Zapallar y Puchuncaví, antes de cruzar de vuelta a la Región Metropolitana por la mítica cuesta La Dormida.
El calor pegó temprano. Se sintió especialmente subiendo la Cuesta Chacabuco tras el PC N°1 (Quilapilún, Km. 74) y hasta Putaendo (PC N°2, Km. 138), donde el sol castigó fuerte. Pero desde Putaendo comenzaba lo más duro: el desgaste progresivo, el que no se siente pero que de a poco se va acumulando como capa invisible de fatiga.
Subimos la Cuesta El Tártaro saliendo desde Putaendo, y luego el viento cruzado nos obligó a pedalear cuesta abajo con esfuerzo. El calor comenzó a aplacar a esta altura, pronto habría que abrigarse para poder continuar. En Pedegua (PC N°3, Km. 216), a las 17:30, me abrigué sólo lo justo. El cuerpo pedía algo de descanso, pero la mente decía que ese momento no era aquí. Dos cuestas más nos separaban aún de Caimanes.
Llegué al PC N°4 de Caimanes, en el km. 276, a las 21:05 del sábado; el punto más alejado de esta brevet.
Mucho frío, sí (más con la bajada de la segunda cuesta). Cansado, sí. Pero aun con fuerzas, y sintiéndome bien. Allí, en el punto de control de una escuela en Caimanes, aproveché de abrigarme, de comer algo caliente (maruchán por supuesto), revisar la bici y la presión en las ruedas para seguir. Era el primer punto presencial y, aunque me tomé el tiempo para hacer de todo, tampoco me quedé tanto más. Había que volver y había que hacerlo de noche. Solo.
No me puse el 100% de la ropa que llevaba, por la misma razón anterior: pasaría por las mismas 2 cuestas que habíamos cruzado anteriormente.
Y ahí, entre sombras, viento y silencio, empezó la parte más introspectiva del viaje. Cruzar esa “tierra de nadie” en plena oscuridad, sin luces más que las propias, es algo que no se olvida. La imagen queda grabada en la cabeza.
Recién en Cabildo, después de un par de varias horas pedaleando, encontré un indicio de vida: una Copec, una bebida, y un breve alivio. Luego vino La Ligua (PC N° 5, Km. 367), donde marqué a las 3:10 AM del domingo.
El mar apareció en el horizonte en plena madrugada. Papudo, Zapallar, Cachagua, Maitencillo, hasta llegar a Puchuncaví (PC N°6, Km. 424) casi ganándole al amanecer. Punto presencial nuevamente. En el camino hasta allí sentí fatiga. Pensé en dormir, pero el sol que asomaba espantó el sueño. Seguimos.
Desde Puchuncaví, la parte “plana” que venía después era un engaño (claro, miré el perfil sin zoom). Sube y baja constantes que exprimieron lo que quedaba en las piernas. Mucho desnivel acumulado “disfrazado”. Quedé en la peor condición para afrontar lo que se venía.
La Cuesta La Dormida asomada como la “guida” final de esta odisea. A las 11:00 AM llegué a Quebrada de Alvarado (PC N°7, Km. 489), a los pies de este último “repecho”. Desde ahí todo fue esfuerzo mental. Me resigné a la idea que estaría subiendo por eternas horas. Anular pensamientos de cuánto quedaba. Sólo avanzar. Un metro más. Otro más…
El sol ya pegaba sobre la espalda, era mediodía ya. La bici se hizo más pesada, la pendiente más empinada. Se acabó el camino y . . . tocaba un “murito” de más pendiente aun para llegar al punto de control.
La cima llegó a las 13:20 PM. Se acabó ese infierno de casi 2 horas. Registro en el PC N°8 “Caleu” (Km. 507). Check!
Parecía que el cuerpo no daba más, pero quedaban casi 100 km. Con el estanque vacío, tocaba seguir como sea. En Titil, una Coca-Cola me devolvió el alma (¿y las piernas?). Luego de ese gustito, tocó aplicar “visión de túnel”: avanzar sin pensar, sin mirar atrás. Anular los dolores -principalmente en mis plantas de pies-. Me inventé el objetivo de llegar con luz de día (aunque ni calculé qué hora era y cuánto me tendría que demorar). Entre medio el paso -sólo anecdótico- por el último PC (Valle Grande, Colina, Km. 580) y, ¡por fin! entrar a Santiago.
Meta a las 17:40 PM. Con luz de día aún. Check!
Objetivo cumplido.
Pies con dolor, espalda con dolor, poto con dolor. Pero también la mezcla de alegría y alivio que aparece cuando uno supera estos desafíos. Abrazo de Andrea de premio. Un buenísimo completo y diez vasos de jugo al seco (¡Gracias Brevet Chile!, como siempre). Fue durísimo, sabíamos que sería así. Queda la satisfacción de haberlo completado, en solitario y -a pesar de todo- sintiéndome entero. Fue un gran azote de cabeza, de piel y huesos. Y lo volvería a hacer...
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